La historia cuenta que la llamada “carrera espacial” fue fruto de las tensiones internacionales surgidas luego de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sería el lanzamiento soviético del Sputnik 1, el 4 de octubre de 1957, el hecho marcado como fundacional. En este contexto aparece en 1960 el término cyborg (acrónimo de “organismo cibernético”) una criatura formada por elementos orgánicos y cibernéticos, un ser humano mejorado a través de una relación más íntima con las máquinas en el contexto de la reciente exploración espacial.
En una fecha cercana, el filósofo español Ortega y Gasset escribía en su “Meditación sobre la técnica”, que el ser humano es una especie de “centauro ontológico”. Como la criatura de la mitología griega, mitad hombre mitad caballo, el hombre es al mismo tiempo un ser natural y extra-natural, un ser que va más allá de la naturaleza a través de la técnica. Su modo de habitar el mundo surge por la técnica que funciona como una sobrenaturaleza, creada para resolver los obstáculos o problemas a los que el hombre se enfrentaba.
Estos dos términos cobran valor luego de la pandemia atravesada y del impacto de la tecnología en la necesidad de sostener la educación. Sin analizar las diferentes posiciones que se adoptaron, lo cierto es que habría que considerar dos aspectos: evitar confundir las posibilidades de la tecnología educativa con nuestras posibilidades frente a la tecnología educativa. Y por otro, recordar que el uso de tecnología en educación no es novedoso (en todo caso lo novedoso es la actual transformación digital). Por nombrar solo un ejemplo, tenemos en Comenio su Orbis sensualium pictus como el primer texto ilustrado para niños y niñas, una verdadera tecnología mediadora del proceso de enseñanza y aprendizaje. Al fin y al cabo la tarea educativa no es más que la búsqueda permanente de encontrar los mejores mediadores didácticos (materiales) para un mejor aprendizaje.
Hoy, la actual proliferación de materiales de enseñanza lleva implícita la conciencia del incremento de seres híbridos configurados con cualidades humanas y no-humanas. Seguir sosteniendo en un escenario como este que la causa de un acto educativo depende en particular de las intenciones de un sujeto educador es mantener todavía esa división moderna entre naturaleza y cultura que acentúan el carácter instrumental o “intermediario” de los artefactos que produce un docente, cuando en realidad “hay que reconocer el carácter híbrido de la humanidad, es decir reconocer que no somos más aquellos animales desprovistos de tecnologías, sino que co-existimos a causa de composiciones que involucran instituciones, objetos, procedimientos” (Correa Moreira, 2012, p. 75).
En este sentido podríamos decir que cada docente es como un centauro, en el que los materiales y tecnologías utilizadas se conjugan en su tarea como una sobrenaturaleza, en términos de Ortega y Gasset. Pero el término de cyborg resulta más descriptivo: un docente cyborg es una figura que implica una redefinición de los roles pedagógicos y una tarea política que debe estar presente permanentemente en el sistema educativo, esto es, buscar los acoplamientos ideales “para lograr aprendizajes que serían difíciles de producir entre humanos solos o sólo entre máquinas” (Sandrone, 2020, p. 29).
El concepto de cyborg definido por Donna Haraway (1995), una de las referentes de las miradas desantropologizadoras, como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción” posee la riqueza necesaria para repensar la tarea de enseñar. Una nueva interfaz donde docentes y mediadores técnicos pueden configurar un nuevo modo histórico que supere el antropocentrismo clásico de la pedagogía y abandone la interpretación de la cultura desde este presupuesto.
Quizás uno de los riesgos (deterministas o instrumentalistas) pueda darse a partir de algunas políticas educativas que se encuentran priorizando la llamada cultura digital, entendida en la práctica como la inclusión de robótica y programación en las escuelas. Sería motivo de otro trabajo pero es preciso alertar que no es lo mismo cultura digital que cultura tecnológica, no es lo mismo pensamiento computacional que programación, no es lo mismo el lenguaje de bloques que el lenguaje escrito, o que no es lo mismo la programación clásica que la programación creativa (más expresiva que funcional). Y cada una de estas diferencias presenta sus problemas. En este caso, las propuestas educativas corren el riesgo de ser reducidas al instrumentalismo que dicen negar pero que en definitiva se encuentran muy cerca de las propuestas de un sistema informático que produce objetos digitales interactivos sin considerar su dimensión cultural y, en general, poco comprendido por la mayoría de los docentes. Sumado al problema del solucionismo tecnológico del que hablaba Morozov y el fetichismo de los aparatos como la solución a todos los problemas pedagógicos.
Caer en la figura diferente del autómata no sería deseable. Así describe Sandrone (2020) esta figura: “un enorme leviatán digital de mil computadoras, en cuyas terminales, millones de humanos tipean incansablemente en tareas mecánicas y agotadoras, enviando archivos infatigablemente, elaborando textos y contenidos audiovisuales de manera constante. Cuando se percibe al sistema de máquinas como un autómata que nos subordina, se piensa a la máquina como lo otro del humano, que obstaculiza los vínculos humano-humano y, por lo tanto, los procesos de enseñanza y aprendizaje (…) La diferencia entre el cyborg y el autómata, como modelos conceptuales para pensar la realidad del trabajo entre las máquinas, radica en el tipo de actividad que realizan los humanos, pero también en la forma en que se organizan” (p. 21).
La figura del cyborg implica una interacción constante entre los elementos que conforman el sistema educativo, lo que permite la creación de un ensamblaje que potencia las capacidades de cada uno de ellos. Sin la primacía antropológica. En este sentido, la simbiosis educativa es una forma de construir el docente cyborg, ya que implica la integración de las tecnologías en el proceso educativo y la participación activa de los docentes en el diseño e invención de estos nuevos ensamblajes junto a sus estudiantes. Está claro que con lo dicho hasta aquí nos alejamos de las tendencias que ven en las pantallas, los celulares y en Chat GPT, una amenaza.
La educación tiene ahora una gran oportunidad para repensarse desde otros supuestos, alejarse de las perspectivas antropocéntricas que la definieron y dominaron desde la modernidad, cuestionar sus características funcionales y mediadoras y comenzar a zanjar ese «gran desgarro que funda nuestro modo de ser en el mundo (nuestra relación con la naturaleza)», con los objetos, con la tecnología. Como afirma Morton, se trata de “encontrar, recuperar, nuestro lugar en el mundo en función de lo real simbiótico, es decir, a partir de la comprensión de que nuestra existencia está atravesada por otras existencias, no porque dependamos de ellas, sino porque somos simbióticamente parte.»
Salud, “cyborg educador”.
Estos dos términos cobran valor luego de la pandemia atravesada y del impacto de la tecnología en la necesidad de sostener la educación. Sin analizar las diferentes posiciones que se adoptaron, lo cierto es que habría que considerar dos aspectos: evitar confundir las posibilidades de la tecnología educativa con nuestras posibilidades frente a la tecnología educativa. Y por otro, recordar que el uso de tecnología en educación no es novedoso (en todo caso lo novedoso es la actual transformación digital). Por nombrar solo un ejemplo, tenemos en Comenio su Orbis sensualium pictus como el primer texto ilustrado para niños y niñas, una verdadera tecnología mediadora del proceso de enseñanza y aprendizaje. Al fin y al cabo la tarea educativa no es más que la búsqueda permanente de encontrar los mejores mediadores didácticos (materiales) para un mejor aprendizaje.
Hoy, la actual proliferación de materiales de enseñanza lleva implícita la conciencia del incremento de seres híbridos configurados con cualidades humanas y no-humanas. Seguir sosteniendo en un escenario como este que la causa de un acto educativo depende en particular de las intenciones de un sujeto educador es mantener todavía esa división moderna entre naturaleza y cultura que acentúan el carácter instrumental o “intermediario” de los artefactos que produce un docente, cuando en realidad “hay que reconocer el carácter híbrido de la humanidad, es decir reconocer que no somos más aquellos animales desprovistos de tecnologías, sino que co-existimos a causa de composiciones que involucran instituciones, objetos, procedimientos” (Correa Moreira, 2012, p. 75).
En este sentido podríamos decir que cada docente es como un centauro, en el que los materiales y tecnologías utilizadas se conjugan en su tarea como una sobrenaturaleza, en términos de Ortega y Gasset. Pero el término de cyborg resulta más descriptivo: un docente cyborg es una figura que implica una redefinición de los roles pedagógicos y una tarea política que debe estar presente permanentemente en el sistema educativo, esto es, buscar los acoplamientos ideales “para lograr aprendizajes que serían difíciles de producir entre humanos solos o sólo entre máquinas” (Sandrone, 2020, p. 29).
El concepto de cyborg definido por Donna Haraway (1995), una de las referentes de las miradas desantropologizadoras, como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción” posee la riqueza necesaria para repensar la tarea de enseñar. Una nueva interfaz donde docentes y mediadores técnicos pueden configurar un nuevo modo histórico que supere el antropocentrismo clásico de la pedagogía y abandone la interpretación de la cultura desde este presupuesto.
Quizás uno de los riesgos (deterministas o instrumentalistas) pueda darse a partir de algunas políticas educativas que se encuentran priorizando la llamada cultura digital, entendida en la práctica como la inclusión de robótica y programación en las escuelas. Sería motivo de otro trabajo pero es preciso alertar que no es lo mismo cultura digital que cultura tecnológica, no es lo mismo pensamiento computacional que programación, no es lo mismo el lenguaje de bloques que el lenguaje escrito, o que no es lo mismo la programación clásica que la programación creativa (más expresiva que funcional). Y cada una de estas diferencias presenta sus problemas. En este caso, las propuestas educativas corren el riesgo de ser reducidas al instrumentalismo que dicen negar pero que en definitiva se encuentran muy cerca de las propuestas de un sistema informático que produce objetos digitales interactivos sin considerar su dimensión cultural y, en general, poco comprendido por la mayoría de los docentes. Sumado al problema del solucionismo tecnológico del que hablaba Morozov y el fetichismo de los aparatos como la solución a todos los problemas pedagógicos.
Caer en la figura diferente del autómata no sería deseable. Así describe Sandrone (2020) esta figura: “un enorme leviatán digital de mil computadoras, en cuyas terminales, millones de humanos tipean incansablemente en tareas mecánicas y agotadoras, enviando archivos infatigablemente, elaborando textos y contenidos audiovisuales de manera constante. Cuando se percibe al sistema de máquinas como un autómata que nos subordina, se piensa a la máquina como lo otro del humano, que obstaculiza los vínculos humano-humano y, por lo tanto, los procesos de enseñanza y aprendizaje (…) La diferencia entre el cyborg y el autómata, como modelos conceptuales para pensar la realidad del trabajo entre las máquinas, radica en el tipo de actividad que realizan los humanos, pero también en la forma en que se organizan” (p. 21).
La figura del cyborg implica una interacción constante entre los elementos que conforman el sistema educativo, lo que permite la creación de un ensamblaje que potencia las capacidades de cada uno de ellos. Sin la primacía antropológica. En este sentido, la simbiosis educativa es una forma de construir el docente cyborg, ya que implica la integración de las tecnologías en el proceso educativo y la participación activa de los docentes en el diseño e invención de estos nuevos ensamblajes junto a sus estudiantes. Está claro que con lo dicho hasta aquí nos alejamos de las tendencias que ven en las pantallas, los celulares y en Chat GPT, una amenaza.
La educación tiene ahora una gran oportunidad para repensarse desde otros supuestos, alejarse de las perspectivas antropocéntricas que la definieron y dominaron desde la modernidad, cuestionar sus características funcionales y mediadoras y comenzar a zanjar ese «gran desgarro que funda nuestro modo de ser en el mundo (nuestra relación con la naturaleza)», con los objetos, con la tecnología. Como afirma Morton, se trata de “encontrar, recuperar, nuestro lugar en el mundo en función de lo real simbiótico, es decir, a partir de la comprensión de que nuestra existencia está atravesada por otras existencias, no porque dependamos de ellas, sino porque somos simbióticamente parte.»
Salud, “cyborg educador”.
*Texto originalmente publicado en http://insupsantaines.edu.ar/blog/de-docentes-cyborgs-y-centauros-por-una-simbiosis-educativa/
Referencias
ChatGPT, comunicación personal, 03 de setiembre de 2023.Correa Moreira, G. (2012): “El concepto de mediación técnica en Bruno Latour. Una aproximación a la teoría del actor-red”, en Psicología, Conocimiento y Sociedad, Vol. 2, Nº 1, pp. 54-79.
Haraway, D. (1995) Ciencia, Cyborg y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.
Morton, T. (2019). Humanidad. Solidaridad con los no-humanos, traducción de Paola Cortés Rocca, Adriana Hidalgo.
Ortega y Gasset, J. (2000). Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía. Madrid: Alianza, 13.
Sandrone, D. (2020). Cyborg educador Propuesta Educativa, vol. 2, núm. 54, pp. 18-30.
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