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Nadie piensa académicamente

 


I

“La peste del hombre es la opinión de saber”, escribía Montaigne en el Libro II de sus Ensayos, allá por el siglo XVI. Frente a la sed de certezas el francés tomaba posición en favor de su sentencia, “¿Qué es lo que sé?”. Está claro. Un escepticismo activo que recupera la duda es el camino contra cualquier fanatismo. Se cuenta por ahí que hizo acuñar una especie de medalla o moneda con esta expresión para no olvidar, durante sus viajes, su escepticismo característico.

Esta posición epistémica resultó fundamental todo este tiempo en el que la enseñanza como oficio marcó mi proyecto de vida. Sobre todo para contrarrestar los efectos de esa creencia en detentar algún saber que otros no tienen y que según nosotros, deberían tener. La tentación de influir en un otro y moldearlo a “imagen y semejanza” sostenidos por un saber absoluto que debe transmitirse, explicarse, volcarse, o depositarse, socava toda genuina enseñanza. Está ahí, acechando todo el tiempo. Aunque es fundamental el reconocimiento de un saber supuesto como condición para establecer el vínculo pedagógico, es menester reconocer que efectivamente sabemos algunas cosas pero también ignoramos unas cuantas más. “¿Qué es lo que sé?”.

Los intentos de escritura, acompañados muchas veces por cruces, diálogos y cuestionamientos, la socialización de saberes construidos y a legitimar, los esfuerzos por lograr cierta transmisión, no fueron una empresa fácil. La academia tampoco lo hizo fácil. La explicación parece que siempre se impone como método. Cada vez que me enfrentaba al proceso de escribir me quedaba esa rara sensación de que metodológicamente había algo que no terminaba de cerrar para dar cuenta de mi oficio. Quizás se deba a su propia naturaleza en la que resulta imposible pensar la enseñanza sin esa mística especial que actualiza en un eterno presente y de manera casi inseparable aquello que somos, pensamos y hacemos. Intuyo entonces que el estilo académico no alcanza a tocar esos rincones de un saber y una práctica que tiñen la vida completa de quien enseña, y en la que todo siempre está escribiéndose.

En este punto la clásica obra ensayística de Montaigne es un ejemplo de no buscar aleccionar al lector. La adopción del ensayo como estilo dista mucho del discurso universitario, uno de los cuatro discursos propuestos por Lacan. El ensayo no busca imponer el tono magisterial ni pretende actuar como tal. Por supuesto que la verdad importa, sin embargo huye de todo dogmatismo, fanatismo, o ignorancia. “¿Qué es lo que sé?”. Es la expresión de la duda pero que implica al sujeto vital, “Soy yo mismo el sujeto de mi libro”.

II

Algunos indicios para pensar la adopción del ensayo como estilo los encontré en la prosa de Vilém Flusser. Filósofo checo-brasileño nacido en la antigua Checoslovaquia, hijo de intelectuales judíos, emigró tras la ocupación nazi a Londres, luego a Brasil, y tras el tiempo de la dictadura nuevamente a Europa. Las marcas de lo incierto, dan muestras de una vida en permanente ensayo.

Para muchos es un intelectual inclasificable y un pensador visionario que supo leer los vínculos entre culturas y tecnologías, pero la variedad y riqueza de su pensamiento le permitió discutir un abanico de temáticas como la comunicación, la historia y crítica cultural, la filosofía del lenguaje, la religión, el diseño, la economía política, el arte. Será su ensayo Hacia una filosofía de la fotografía el que le dará difusión internacional. Las imágenes técnicas, las producidas por aparatos, representan un punto de inflexión cultural y un cambio social radical que requiere de nuevas categorías para pensar.

Entre sus numerosos artículos y libros adoptó el ensayo como “esa forma híbrida entre poesía y prosa, entre filosofía y periodismo, entre aforismo y discurso, entre tratado académico y vulgarización, entre crítica y criticado”.

Frente a la falta de imaginación y a la formulación despersonalizada del pensamiento, sus argumentos resultan provocadores. El estilo académico, lo que llamaríamos “tratado”, ofrece honestidad intelectual pero sacrifica la honestidad existencial, privilegia el intelecto pero desecha el cuerpo. En lugar de un “Yo” comprometido en el ensayo se lo reemplaza por un impersonal “se” o la modestia de un “nosotros”. Modestia… Me quedo pensando en una respuesta de Barrantes, personaje de Megafón o la guerra, novela de Leopoldo Marechal: “la modestia es el calzoncillo gris de los mediocres”.

Al estilo ensayístico de Flusser se lo denominó ficción filosófica, o teoría-ficción. Para algunos recuerda al polaco Stanislaw Lem, el autor de Solaris, referente de la literatura especulativa. Ambos, sin duda, comparten cuestionamientos y ese halo visionario de lo por-venir, aunque me atrevo a afirmar, de sensibilidades diferentes frente a la emergencia de los avances de la técnica, el primero más optimista; el segundo más pesimista frente a lo celebratorio por la novedad.

Las marcas de su vida pueden explicar como hipótesis la elección del ensayo. Desde sus 19 años experimentó el desarraigo, su condición de permanente migrante. De esta condición seguramente brotó su espíritu autodidacta y su metodología dialógica marcando su estilo de interacción con los otros. Al fin y al cabo, la comunicación no es otra cosa que “un artificio cuya intención es hacernos olvidar la brutal falta de sentido de una vida condenada a la muerte”.

Flusser escribe filosofía como ficción. Muestra, provoca, dribla, alude y propone más que demostrar, afirmar, esclarecer o dogmatizar. Su habilidad en la condición ficcional de su discurso para mezclar metáfora y silogismo, proposiciones con ironía, invitan al desafío de su lectura.

Algunos afirman que el hecho de que Flusser haya optado por el estilo ensayístico le significó en Latinoamérica su falta de reconocimiento como filósofo de los medios, de los fenómenos y de los procesos de la comunicación. El filósofo no duda en afirmar que toda escritura académica es una pose, un esfuerzo deliberado, con la belleza del rigor intelectual, pero hay que reconocer que “nadie piensa académicamente”. Por lo tanto, es necesaria una decisión crucial, casi existencial, al inicio de toda escritura, una responsabilidad de elección. Y no se trata solo de un problema de forma, también de contenido. Y sobre todo un problema relacional: “En el caso del tratado, pensaré mi tema y discutiré con mis otros. En el caso del ensayo, viviré mi tema y dialogaré con mis otros. En el primer caso, buscaré explicar mi tema. En el segundo, buscaré implicarme en él”.

Ahora bien, la empresa ensayística tiene sus riesgos (también su belleza) expresados en la tensión pensamiento-vida. En el camino de implicarse en el tema se lo puede perder. Lo que no deberíamos olvidar es que esta tensión no necesariamente debe ser resuelta. Un ensayo debería funcionar como un tiempo agónico, un enigma que no se resuelve y en el que estamos implicados. ¿Acaso esto no es en esencia enseñar y aprender?

Y antes que el cientificismo y el academicismo me salgan al cruce, recuerdo que para Flusser esta elección por el ensayo es más clara en el terreno de las ciencias sociales o de la filosofía. Así lo advierte: ¿cómo podríamos imaginar un compromiso no académico en temas como “la anatomía de las cucarachas”? Sin embargo, matizando esta antinomia que pueda leerse exagerada, Flusser reconoce que en ambos, tratado y ensayo, hay momentos que pueden cambiar de carácter. Pero la decisión previa es la que marcará el clima. En definitiva en las universidades se podría proponer el juego de cierta superación dialéctica entre ambos estilos.

Como intelectual y educador su posición era clara: “provocar inquietud en los receptores (…) provocar zonas de subversión intelectual”. Y para ello es evidente que dialogar, imaginar e implicarse sin miedo en la ficción, en el ensayo, permitiría jugar el juego de la comprensión y subversión del pensamiento, mucho más que afianzarse en las habilidades lógicas del academicismo. Sobre esto ya nos alertaba Jacques Ranciére en El maestro ignorante, enseñar supone hacerle frente a la tiranía de la explicación.

*Artículo publicado originalmente en Revista La Tecl@ Eñe, el 13 de junio de 2023

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