I “La peste del hombre es la opinión de saber”, escribía Montaigne en el Libro II de sus Ensayos, allá por el siglo XVI. Frente a la sed de certezas el francés tomaba posición en favor de su sentencia, “¿Qué es lo que sé?”. Está claro. Un escepticismo activo que recupera la duda es el camino contra cualquier fanatismo. Se cuenta por ahí que hizo acuñar una especie de medalla o moneda con esta expresión para no olvidar, durante sus viajes, su escepticismo característico. Esta posición epistémica resultó fundamental todo este tiempo en el que la enseñanza como oficio marcó mi proyecto de vida. Sobre todo para contrarrestar los efectos de esa creencia en detentar algún saber que otros no tienen y que según nosotros, deberían tener. La tentación de influir en un otro y moldearlo a “imagen y semejanza” sostenidos por un saber absoluto que debe transmitirse, explicarse, volcarse, o depositarse, socava toda genuina enseñanza. Está ahí, acechando todo el tiempo. Aunque es fundamental el reco